—Lo vi todo. Yo fui el único presente ese día. Fui el
testigo de los hechos. Los vi bajar, cerrar de un portazo el automóvil, sacar
de la cajuela varias armas de fuego, refugiar su rostro bajo sendas máscaras de
expresidentes. Después los escuché subir al sexto piso del edificio y entrar al
departamento 601. Escuché que cargaron sus armas y forzaron la puerta. Los vi
cuando entraron a la estancia. Eran tres, los puedo identificar plenamente, uno
gordo, uno medio, el otro flaco. Fueron directo donde estaba ella, la mujer
rubia de día y morena de noche. Vi que uno le ponía silenciador a su arma, otro
se dirigía a la caja fuerte y sacaba quién sabe cómo la combinación. El flaco
hacía la guardia. Un ruido despertó a la morena de noche y rubia de día. Vi que
el gordo, billetes en mano, se alejaba a la salida, mientras que el medio, con
arma en mano también y silenciador en la punta disparó. Después salieron del
601 como si nada, en el pasillo se quitaron las máscaras de expresidentes y
eran de verdad expresidentes, el gordo, el medio y el flaco, fue como si no se
hubiesen quitado nada. Guardaron las armas en sus gabardinas ocultándolas de
miradas indiscretas, el dinero lo acomodaron en un portafolios exprofeso a ello
y llegaron a la planta baja. Salieron del edificio, subieron al automóvil y se
fueron. Todo como si nada. Regresé al departamento 601 y analicé el cadáver. Al
poco rato llegó la policía y ahora aquí estoy ¿rindiendo mi declaratoria? Pero
yo no hice nada, lo único malo de todo es que cuando llegaron los agentes sólo
atiné a decirles: ¡Miau, miau!
Llanes, Alberto. Tras las rejas. En Maicro-Machines
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