Lo que voy a decir es agrio pero es verdad. No es cosa
para alarmarse, claro. Si se siguen los consejos, seguro todo tendrá su siempre
buscado final feliz. Usted sabe, los abogados –con todo el ornamento que ellos
merecen- son como los males necesarios. Toda sociedad los ocupa, sí, pero es
imprescindible tomar algunas precauciones. Supongamos, por aludir alguno de los
infinitos asuntos legales que se le puede presentar, que usted le renta su
única casa a su hija, casada con un fulano de tal. Pero ese fulano de tal, por razones
obvias, y tiene añales que no le paga ni un cinco de renta y usted ya está
cansado de pedirle aunque sea un abonito, por favor. Como ya el asunto paso a
mayores, usted se ve obligada a ir con un abogado. Aquí viene el primer
consejo: antes de ir con él contrate los servicios de un detective privado para
que de forma más ágil le dé una lista de los mejores. Esa rigurosa selección no
pasará seguramente de cinco, aunque en el mercado haya como quinientos, sin
contar a los llamados güisacheros, de
los que por supuesto usted no se atreverá a elegir ninguno. Una vez
seleccionado, para presentarse al despacho hágase acompañar de un psicólogo.
Mientras usted le expone su problema al abogado, el psicólogo —que
le recomiendo presente como su esposo o esposa, según el caso— tomará minuciosa
nota de todas las actitudes del abogado y de su secretaria, además de revisar
de cabo a rabo la organización y acomodo del lugar. El abogado le dirá
seguramente en tono solemne: “en qué puedo servirle, estoy a sus órdenes”. Usted,
entonces, le expondrá el asunto. Procure no llorar. No muestre impaciencia. Nada
de eso. Entre más indiferente, mejor. Si el abogado, al terminar le dice-. “vuelva
dentro de tres días y le tengo una respuesta”, usted no vuelva jamás y busque a
otro de los elegidos, porque seguramente el abogado no sabrá cómo solucionar su
problema, se asesorará de otro abogado y al final usted tendrá que pagarle a él
y al abogado asesor. Si, en cambio, el abogado le dice: “vamos a hacer esto y
lo otro, así y asado, no se preocupe”, entonces aguzadamente pregúntele cuánto
le cobrará. El abogado le dirá tanto ahorita y tanto después, como siempre. Usted,
otra vez aguzadamente, dígale que volverá al día siguiente. Esto nada más con
el fin de que pueda escuchar la valoración que hizo el psicólogo al respecto. Si
el psicólogo determina que es viable tratar con dicho abogado, y lo más
importante, si el psicólogo e confirma que el abogado no tiene vida amorosa con
su secretaria, pues si la tiene seguro tenderá aquella obligación y no a la suya,
entonces regrese al día siguiente y cierre trato. Pero aquí no acaba la cosa,
una vez comenzado el litigio asegúrese de que su detective privado —aparte de
seguirle uno a uno los pasos a su abogado— no tiene ningún tipo de relación con
él, porque los abogados son muy dados a negociar por debajito del agua. Si no
tiene ninguna sospecha su asunto tendrá su tan buscado final feliz. Pero si por
alguna razón la tiene, desista súbitamente, porque de lo contrario usted se desgastará
en vano y gastará en vano no solo en el detective privado sino en abogado, en
asesor de abogado, en psicólogo, y lo que es pero, al menor de sus descuidos el
abogado se adjudicará su casa, se casará con su hija, mandará a su yerno a la cárcel
por algo así como allanamiento de morada, o algo así como abuso sexual, sabe
Dios, y no conforme con eso, usted tendrá todavía que pagarle sus honorarios y
demás gastos y costos que generó el juicio. Ah, pero si quiere evitarse todos
estos vericuetos, pues tan sencillo: tome valor, vaya con su yerno fulano de
tal, escritúrele su casa de una buena vez, y evítese la engorrosa tarea de
darle la vuelta al mundo para llegar al mismo sitio.
Guedea, Rogelio. (2006) Abogados. En Crónicas del reincidente. México:
Universidad De Colima. Pp 82-84.
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