Como
inicial tarea, leía únicamente el primero y el último párrafo de cada novela
que caía en sus manos. Eso bastaba para que se abocara de inmediato a una
titánica faena: imaginar cómo había llenado el autor o la autora el largo vacío
de decenas o cientos de páginas entre las primeras y las últimas líneas. Había que
suponer una trama, otorgarle forma a los personajes, encontrar el tono, el
pulso narrativo… No era fácil, pero sí excitante, provocador. Una vez hecho lo
descrito, se permitía leer completa la novela para descubrir con euforia o
desencanto que sus proyecciones habían coincidido con las del escribiente. Cuanto
más se acercaba su escritura mental a la del autor, más crecía su desilusión. Por
el contrario, mientras más disímiles resultaban las versiones entre sí, más
grande era su alboroto. Esto explica por qué su biblioteca era reducida y se
concentraba únicamente en los libros imprevisibles.
Sánchez, Ada Aurora (2014) Los imprevistos. En Todo libro es una liebre. México:
Puertabierta Editores. Pp. 70
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