El torpe celo



—Chimano, tu amigo ha ido ya —replica una voz en la fonda.
            —Sí; se fue él —respondo yo; mi malquerencia no era mi amigo, sino una mujer, aquélla, labios de alondra.
            Yo no me voy. Mi casa está sola; así de vacía es. No quiero saber adónde se encuentra. Los hijos dónde fueron.
Hace dos noches, recuerdo, allí me puse a cantar. Pero no quiero saber. Pos bien dicen que un triste, hasta a las piedras canta. Y esta vez, el sonsonete del aire por la hondonada, me advertía que eran las tres. Vi cientos de ojos que iluminaban; no eran cocuyos ni multitud de velas. Yo suspiraba tirado al catre. Y era de viento respiración jadeante. Me levanté;
Ay, primavera de mis veinte años
relicario de mi juventud,
un cariño ignorado soñaba
y ese sueño creí que eras tú.
Mira que cantar de esa forma, tan hondo cala mi pena, tan duro el acento, la copla, el albur… Hace ya muchos años, pos que puede decir ya un setentón cuando Dios da la licencia, tuve una novia muy fina, a la que espiaba desde el tendajón. A veces abriendo apenas la mañana iba ella a verme y a pedir azúcar de terrón. Su abuela ordenaba y debía llevarla, si no un puño de blanca al menos morena. Y allí fue que entonces la conocí. Un día la espié, apenas bajaba la calle rumbo a la iglesia de la Trinidad. La vi y le dije: “María, yo quiero mi desposorio; si soy hombre o no, de buena ley, ya tú lo sabrás.” Pero ella me respondió, que ya su abuela la había dado a entender, que yo era viudo y que ella no era como pa fin de atender familia ajena. Y, ay, eso me desatinó. Pos yo la quería como al aguaje donde la vida bebe y va al punto de retoñar. “Oyí, María, y no me responda, mire que soy mu’leal.” Ella nomás me vía y le daba al punto de cabecear; se iba de lado, sin ver al hombre que por suspiros de anhelada, presa del sueño de tanto ansiar.
            Luego pasaron dos noches largas, dos días tan limpios, que en vano ya la podía olvidar. Eran de blanca y húmeda niebla, dos lenguas largas como feroces, dos duras noches de luna a medias, dos resquemores que me iba a guardar. Sueño de tesón, de tezmo corriendo igual que dardo, látigo en sombras y de inquietud.
            Pero aquella tarde que vi venir a mi María, medio cerré la hoja del tendajón. Como ella era tan distraída, agazapado endenantes al ir a pasar, cuando llegó tire del rebozo, y a uno y otro de tirones la hice entrar. ¡Ah cómo se resistía, y yo atarugado, jalando fuerte a aquella hembra que se me ahogaba en un lodazal! Y así pasó a serme mía, a estarse allí, ya ni se cuánto, María que iba hasta el despunte, como en la rana la buena flor.
            No; pero no. Tres años nunca van de balde. Cuantimás a mí sin razón. No me gustaron ni su modal ni el torpe celo que en mí nació. Pos no era noble y yo huraño, que cuando pude, la di pa juera, ella, Maía, siendo diez años ya transcurridos, llegó de nuevo a visitarme; traiba otro hijo de algún otro hombre, y yo la dije que nomás no.
            Triste que canta hasta a las piedras, hasta a las piedras que canto yo.
            Chimano, tú eras viudo, y eras hombre de condición.




Serrano Álvarez, Pablo. (1994) Colima en el camino de la literatura. Novela, cuento y poesía (1857-1992). México: Letras de la Republica. (105-106)

No hay comentarios:

Publicar un comentario