Tecolapa


Mire usted licenciado, Tecolapa se encuentra asando La Salada, cerca de Tecomán y más cerca todavía de Puerta de Caleras, o del crucero de Turla según se vaya o se venga. Es un pueblo que si usted lo ve bien, no vale tres centavos. Bueno, no valía. Antes de que todos ustedes llegaran tomando fotos y declaraciones y amenazando y todo, no habíamos visto más gente junta más que cada que viene el gobierno y hay que ir a echar porras a esos diputados que uno no ha visto nunca y ni vuelve a ver jamás, pero eso sí, pintan hasta las piedras; bueno, con decirle que una vez hasta desmotamos el cerro según eso pa que desde arriba, desde un avión, el presidente viera unas letras muy bonitas; y ahí nos ve, a nosotros que no sabemos ni leer, haciendo letrotas pa que las vieran los aviones.
Bueno, pues el sucedido no tiene refilón. Y no sé por qué hay tanto bochinche; ya hasta pena me da, licenciado, que usted pierda el tiempo aquí, porque pos la verdad ya la dijimos; no hay de otra.
            El cuento estuvo en que un día, como a eso de las diez, veníamos mi compadre Miguel y yo de hacer un tercio de leña, de esa que esta tirada, apúntele, porque ha de saber que nosotros no nos metemos a los potreros ajenos ¿eh? Jamás de los jamases, y venimos cansadones, ensolados pues, y onde que mi compadre Miguel traía una cruda ¡pero perra! Figúrese que casi se había amanecido jugando dominó con su compadre Oziel y el Prieto Martínez y venía platicándome que un cerrón a blancas, que una bota, que le ahorcaron la de sieses, que quien sabe qué; yo la verdad no le hacía mucho caso, porque en ese entonces traía yo el problemón de María que estaba que se malograba el niño y que no, y aquél platicándome de cervezas y yo con mis mortificaciones, ¿pos no, verdad? Como que no estaba muy de humor.
            Pos en esas andábamos cuando vimos la bolsa de la perdición, digo, pues, pa nosotros ¿no?, porque de haber sabido la bola de problemas que no iba a traer, a l mejor hasta la dejamos o hasta la enterramos. Digo, porque de principio ni pensamos que iba traer lo que traía, porque estaba ahí nomás, abajito de la carretera, y como la gente que pasa, que va o que viene de Colima, tiran tantas cosas… Pero no, se nos hizo como que no era basura y la recogimos, y al abrirla, ¡anda con cabrón!, estaba pero llena de billetes. Había de haber visto, había de a cincuenta, de a cien, de los nuevecitos de a mil, esos que tienen una madre retratada, bueno, de todos y pos ¿Qué hace usted?, el dinero no tiene dueño ¿no? Usted lo suelta y ya no es suyo. ¿O a poco usted, licenciado, cuando pierde un billete lo va a reclamar?
¿A quién? ¿A dónde? Ni aunque le pusiera su nombre, eso no vale; el dinero es el dinero y no es de nadie; y más cuando uno se lo haya, de tarugo pregunta uno que de quien es; se lo halla uno y ya.
            Donde íbamos a imaginar que después de nos iba a echar encima el broncón y nos iba a llenar el pueblo de policías.
Pos no…
Ya después supimos que por esos tiempos en Colima estaba el mitote en grande que porque habían asaltado una camioneta del banco y el dinero se había desaparecido y cada quien contaba las cosas a su manera: que no era cierto que llevaban dinero; que no, que si llevaban y el chofer se había pelado con él; que no, que al chofer lo habían matado unos de una camioneta roja; que… ¡Bueno!, miles de cosas. Y nosotros pos ni sabíamos nada, nos halamos la bolsa y ya.
Yo guardé la bolsa, y esa noche mi compadre Miguel fue a buscarme para ver qué hacíamos, pues, con tanto dinero, pero sucede que venía armado con un botellón de tequila, de esas ramonas que les llaman, y al rato ya habíamos agarrado un cuentonón doble ancho que mejor dejamos para otro día la platicada.
Onde iba yo a imaginarme que mi compadre se había quedado picado y había ido a rematar a la tienda de don Esteban donde el tequila le soltó la lengua y platicó todito, pero todito. Pos no me va creer, licenciado, pero todavía no amanecía cuando, antes de la primera llamada de la misa de seis, ya estaba aquí mi primo Tavo, ¿a qué cree? ¡A darme un sablazo! Que la milpa, que no había llovido, que si no le echaba fertilizante se le iba a dar trespeleque y luego que no le iban a ajustar los miados pa los ardores, que luego me pagaba, total, pa no hacérsela larga, le preste como tres mil pesos. Y al rato el Pepe Ventura: que estaba muy malo de la tomadera pero que ya se iba a componer, que estaba en tratamiento pero que no tenía para las medicinas, que quién sabe qué; bueno, pos otro prestamito. Y para no hacer el cuento largo, así fue desfilando medio pueblo ante la casa de usted y yo preste y preste. ¿Pos qué más hacía? Pa eso es el dinero ¿no? Y más todavía, si otro lo haya encontrado, de seguro que yo también hubiera ido a que me prestara.
Pos como a la semana, licenciado, el pueblo estaba cambiado; unos traían huaraches nuevos, otros habían comprado aparejos pa las mulas, que cortes de tela, que estufas de gas, que habían pintado la casita, que habían pagado los abonos del radio, bueno, párele de contar.
Pero pos la de malas. Yo no sé cómo le hicieron pero la judicial se olió lo del dinero y al rato ya estaba sobre nosotros. Nos acusaron de ser los del robo y ahí vamos medio pueblo al bote. Ya después que no pudieron sacarnos que habíamos sido nosotros, nos acusaron de cómplices de los rateros que porque, según eso, teníamos que haber devuelto el dinero… no todo, ¿verdad?, lo que quedaba, como más de la mitad, se lo llevaron; pero la otra parte, la gastada, pues era culpa nuestra y si no la devolvíamos nos iban a dejar en el bote. Y ¿Cómo pues la devolvíamos? ¿De dónde? ¿Con que ojos mi divino tuerto? Así que mejor les dijimos que le pusieran un lienzo de alambre de pues a Tecolapa y nos dejaran allí como cárcel ¿no? Porque pos éramos todos…
Y así está la cosa, licenciado; ora que pos si tanto les urge, que se lo lleven y nos dejen en paz. El dinero ahí está: en la pintura de las casas, en el fertilizante de la milpa, en las medicinas que ya se tomó el Pepe Ventura, en los ladrillos de la barda que levantó don David, en los huaraches de Odilón, en el dominó nuevo de don Pancho, en los aretes de la Chata, en las cervezas que se tomó mi compadre Miguel, en este diente que me pusieron, mire usted, de platino. Ahí está, licenciado, nosotros no los queremos robar; si es de ellos que se lo lleven, faltaba más, licenciado, que se lo lleven…




Serrano Álvarez, Pablo. (1994) Colima en el camino de la literatura. Novela, cuento y poesía (1857-1992). México: Letras de la Republica. (65-68) 

1 comentario:

  1. Un exelente cuento con trama interesante de lugares de nuestro bello estado.

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