La fecha sagrada de septiembre
es recordada aún en las costumbres oficiales de nuestros pueblos; pero en las
populares ya ese recuerdo no tiene el encendido color de patriotismo que en los
años viejos. ¿De patriotismo, he dicho? Sí, de patriotismo. No es equivocación
el decir que falta patriotismo en una fiesta patria. Día a día un aluvión de
costumbres exóticas ha ido penetrando la vida íntima de nuestras últimas
generaciones, y ha ido opacando o pervirtiendo la espontanea manifestación del
sentimiento patrio. En los años viejos, la fecha sagrada era causa, motivo o
pretexto para que los más entendidos revolvieran las páginas pertinentes de
nuestra Historia y forjaran la leyenda patria que, como si fuera el evangelio
nacional, se difundía por el público emocionado, en oraciones de elocuencia
estallante en aplausos y lágrimas. Los hechos que precedieron al ‹‹Grito de
Dolores›› se cincelaban en las almas jóvenes con épicos perfiles, y la
conciencia nacional se iba sembrando de monumentos de gratitud para los que
ofrendaron su vida con la intención generosa de que se formara una Patria,
grande, soberana y venturosa.
Todavía vibran en mi memoria los días de mi niñez con las
fiestas de septiembre llenas de movedizas banderitas mexicanas, SOLAMENTE
MEXICANAS, sobre enormes búcaros de flores o triunfales arcos de palapas
resonantes. Por plazas y por las calles se multiplicaban los trofeos en altares
que ostentaban retratos de Hidalgo o de Allende, Abasolo y Aldama, Jiménez o la
Corregidora; forzando el pensamiento, un olvido provisional me hace el milagro
de nublar intensamente, hasta la completa oscuridad, mis actuales nociones
históricas, y dejarme sentir la ingenua curiosidad con que preguntaba a mis
padres y maestros por este nombre o por aquel trofeo. Aún me siento entre la
apiñada multitud que llenaba en absoluto el Teatro Hidalgo, parándome en la
punta de los pies para alcanzar a ver y oír la leyenda patria expuesta y
comentada por el Lic. D. Manuel Rivera o el profesor D. Gregorio Torres
Quintero, y reforzada poéticamente por las estrofas de rima sonora y patriótica
del Lic. Miguel García Topete, o las endechas emocionales y tiernas de Martín
Medina Leal. El canto de la Patria era acompañado por la magnífica orquesta de
D. José Levy. No había aún fonógrafos ni radios agripados, pero numerosas
músicas populares se esparcían por la ciudad, y en ellas cada músico, por
modesto que fuera, ponía en la ejecución las notas más sentidas de su
patriotismo. La embriaguez misma, que en esa fecha se exageraba, no hacía
exclamar a los ebrios sino con frases de entusiasmo alcohólico y de encomio sincero a nuestros héroes. No era posible confusión o equivocación alguna.
Stalin, Trotsky, Lenin… La bandera roji-negra, la Internacional… ¡qué lejos
estaban!
Así se formaba en nuestra mente infantil como un ideal
sagrado, el concepto de Patria. El correr de los años ha traído a nuestra
inteligencia de adultos un desengaño doloroso, y para curar ese dolor
recurrimos a la ciencia que en explicaciones fatalistas envuelve el sedante de
una resignación que se me antoja cansancio del sentimiento moral. La evolución
del pueblo mexicano ha sido, como la de otros pueblos, semejante a corriente
prolongada que, atravesando por terrenos distintos, lleva en su sangre y en su
corazón los limos de
pueblos y de razas de calidades y naturalezas distintas y algo más, las basuras
de civilizaciones extrañas y caducas que el viento del progreso científico ha
esparcido por los ámbitos del mundo moderno.
Libertad, igualdad, fraternidad, han sido la etiqueta que
todos los tiranos han puesto en la dorada copa en que han brindado a los
pueblos el venenoso y enervante que los prepara para la dominación propia o
extraña, destruyendo en el alma nacional la leyenda patria que aprendimos en
los años infantiles, cuando la fecha sagrada de septiembre sobre salía
espléndidamente de todas las del año, porque todos los sentimientos, las
alegrías y los entusiasmos se reservaban para ella; no había día de la madre,
del padre, del estudiante, del médico, del soldado, del árbol, del trabajo… que
disputaran sus glorias y sus regocijos.
En la corriente turbia de la evolución nacional, la fecha
sagrada de septiembre pierde sus colores entre el relampagueo pirotécnico de
festivales exóticos prodigados en el curso del año, como si un espíritu
satánico intentara destruir en el corazón de los viejos la herencia venerable
de nuestros antepasados, y llenar el de los jóvenes de abstracta palabrería que
nos formará conciencia nacional, aun cuando a la larga lista de festivales míticos
se agregue el ‹‹Día de la nacionalidad››.
La conciencia nacional se formará reviviendo en los
viejos los recuerdos heroicos y esculpiendo en el corazón de los jóvenes, a
golpes de palabra la epopeya de los independientes, destacando las figuras verdaderamente
gloriosas de los que ofrecieron su vida por conquistarnos la autonomía
política, aun cuando no hayan podido todavía realizarse sus generosos ensueños.
La fiesta sagrada de septiembre debería ser única,
esplendorosa y solemne, igual en toda la República, uniforme en toda la nación,
para que desde la capital al último poblado todos los habitantes vieran
desarrollarse el mismo programa, escucharan las mismas narraciones históricas
de los sacerdotes de la oratoria y poemas épicos de inspirados bardos, y la
fiesta se convirtiera en tradicional y clásica, plasmando en el alma infantil,
juvenil y adulta, la idea de la nacional y el sentimiento de la Patria que,
semejante al religioso, debiera rechazar politeísmos abigarrados y abstractos,
y tener un altar, un ritual y una plegaria.
En Ecos de la Costa. Publicado el 15 de septiembre de 1940 / Núm. 312 / Año XIII / pág. 3
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