No darle el precio
del dolor a su pasado, eso la
emputecería, estoy segura. Concederle la gracia de lo etéreo, nunca preguntar
si estudia o trabaja, si orina caliente y espumoso, si vive con el dinero de
sus rentas. Cuidar el privilegio de la selección, la intrepidez del rechazo.
Que los encuentros de vean espontáneos, verosímiles; insistir en ese asunto de
“prístinas sensaciones”. Aprovechar los accidentes del tiempo: una tormenta con
truenos y relámpagos y el personaje hablando en planos interiores, en climáticos
acercamientos. Imaginar la sed, el tedio y la melancolía; prevenir la desgracia
de una inapetencia. De su lengua suelta, de sus juegos verbales tomar la parte
más pequeña; conservar el veneno para las descripciones eróticas. Atreverse a
mentir, sentarla junto a mí, Café Valadez, una ventana y enfrente el Teatro
Juárez, enero de 1996, ciudad de Guanajuato. El mesero alto y moreno sirviendo
café, pastel de almendras. Esperar a que esta escena aparezca por su gusto.
Trabajar primeros los conceptos de alta resistencia, armar los andamios,
asegurar la solidez de la estructura, la forma, los adosamientos.
En Dulce y
prehistórico animal. Pág. 10
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