¿Más mezcla, maistro?


Me corrió. Sin más ni más, un día muy tempranito me dijo: — Tú ya no vas a trabajar aquí; así que agarra tus tiliches y a chingar a tu madre.
            Pinche tuerto. Y así tronándome los dedos. Cuando le dije que por qué, nomás me dijo: “por mamón.” ¿Verdad que ése no es buen motivo? Al superior de la obra le dijo que todavía no cumplía los dieciocho años, que me pandeaba con el bote de mezcla, que si me caía del andamio luego la bronca con el seguro. Pero no es cierto. Me corrió porque es muy culebra. Porque no aguantó la carrilla. Digo yo, si se lleva que se aguante, ¿no?, ahí trae nomás de babosos a los otros dos peones y como yo no me dejé... Porque luego se suelta con llevaderas. El primer día, al entrón, me dijo:
            —A ver tú, tlaconete, tráete un saco de cemento.
            Pero en cuanto él me dijo tlaconete, ¿ve?, yo medio dije, así bajita la voz: el burro que te arremete. No me entendió, pero supo que había dicho algo y desde ese día me trajo seco.
—Oye tú, güisarapo.
—Apachurro.
—¡¿Qué?!
—Que qué quería.
—Ándale cabrón, ándale.
No me dejaba de joder, y yo no a dejarme. Cuando la obra se paraba por falta de cal o de algo, me veía con su ojillo solitario que le bailaba por los dos, nomás pensando en ponerme a hacer algo para que no estuviera sentado. Pero nomás a mí.
—Tú, ponte a barrer.
—Las nalgas de tu mujer.
Nunca me oyó bien, pero bien que se imaginaría lo que mascoteaba, porque todo el odio se le concentraba en el ojo. Nunca me dejó pegar ladrillo, más que nada por no enseñarme; me ponía a hacer mezcla que es la más chinga, o a meter piedra.
Yo le retobaba, pero eso sí, todo hacía. Si no pregúntele, claro, él le va decir que le falté al respeto porque con eso me salió, pero ni madres: no aguantó la carrilla.
—El que con chiquillos de acuesta, amanece miado —decía.
Yo le busqué por la buena; los primeros días hasta le disparaba su Pepsi para que se bajara las tortugas.
—Le quiero hallar el modo, maistro —le decía —, pero usted no se me acomoda.
Y él, con su mirada única, me esculcaba la cara para saber si hablaba en serio o en broma.
—No se me acomoda… no se me acomoda… ¡acomódame a tu hermana!
—Se la dejo de campana y le repica hasta mañana.
—¿Cómo?
—De lomo te raspas.
—¡¿Qué dices, cabrón?!
—Que usted no se me acomoda, digo.
—No se me acomoda… no se me acomoda… ¡vete a remojar los adobes!
Después me espiaba los labios como queriendo adivinar lo que decía entre dientes, pero yo entonces canturreaba esa canción que dice: “de Leticia mejor ni hablo, ésa sí se portó mal”, y con eso se secaba de quicio el pirata.
El ultimo día le dijo a otro peón:
—Anda llévale esto a mi mujer.
Y en cuanto dijo “mi mujer”, una corazonada, un piquetito en la malicia lo impulsó a voltear a verme, y, según dijo, me adivinó en la mirada que yo iba a decir “prestas”.
Por eso me corrió. Porque no aguantó la carrilla.






Serrano Álvarez, Pablo. (1994) Colima en el camino de la literatura. Novela, cuento y poesía (1857-1992). México: Letras de la Republica. (69-70) 

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