Sobre
el viejo radio de la abuela Petra tenemos, mi mujer y yo, una parejita de
muñecos de porcelana. No sé cómo llegarían hasta ahí, pero los muñequitos están
vestidos a la usanza antigua: ella con un guardainfante color lila; él con una
casaca sin chaleco y una gorra de cuartel.
Sentados en una banca que tiene
chapetones y palmeras en el respaldo, los muñequitos se miran con delectación. Él
rodea con el brazo la cinturita de ella, y ella, con las mejillas ruborizadas,
lee en voz baja las páginas de lo que parece La cartuja de Parma, de Stendhal.
La última vez que nos cambiamos de
casa —nos hemos mudado tantas veces ya —, al muñequito se le trozo la cabeza de
raíz. Nos dimos cuenta cuando sacábamos de la caja los perifollos de la sala y
del antecomedor. Triste, mi mujer se valió de todos los medios para lograr pegársela,
pero en cada intento se volvía a caer.
Muchos días y muchos meses estuvimos
consternados, hasta que una mañana resolvimos colocar la cabeza del muñeco
debajo de la banca, con la mirada en dirección a los ojos azules de la linda
francesita, a quien una noche de insomnio sorprendimos intentando alcanzar con
los labios la lejana frente del hombrecito.
Guedea,
Rogelio. (2003) Una pequeña historia de amor. En Al vuelo. México: Mantis Editoriales. Pp. 37.
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