En aquellos felices tiempos eran muy gratos los paseos al "Rastrillo", sitio adecuado entonces para la conversación romántica, frente a las vegas del río o sobre su cauce, en las bancas de mampostería de los puentes y en ocasiones al pie de los elevados sauces que podían poner en comunicación sus rugosos troncos con los cuerpos ardientes de enamorados que se apoyaban en ellos, pues todavía la urbanización no llegaba a interrumpir esas relaciones amistosas entre enamorados y árboles que podían dar lugar, como dice una canción, a que los enamorados grabaran en el tronco de aquellos, el nombre de la amada. También la Plaza de Armas (hoy Jardín de la Libertad) era lugar de concurrencia nocturna, aunque menor, porque los lugares de paz se encerraban en dos, como los mandamientos de la Ley de Dios, pues el Jardín Núñez, cerrado por una grande verja de hierro, cuyos portones[1] esquineros se cerraban a las seis de la tarde, quedaba imposibilitado para los idilios nocturnos y para las conversaciones politiqueras, que eran raras en aquellos tiempos de calma porfiriana.
Había un motivo más para el aumento de concurrencia al Rastrillo que, aunque no tenía cine, sí tenía muchas vendimias[2] y tendejones de comestibles y bebestibles, como ‹‹La Hormiga›› que hace mucho desapareció y ‹‹La Coqueta›› que todavía existe, y en cuyas cercanías tuvo lugar la escena que motiva estas líneas.
La animación del Rastrillo aumentaba en las noches de luna, en que numerosas personas se aglomeraban a tomar enchiladas y sopitos. antes de tomar el ‹‹tranvía››(querían decir el carro, y no el tramo de vía) que iba a ‹‹Los Martínez›› como llamaban entonces a Villa de Álvarez, en donde volvían a tomar sopitos, atole y tamales que ya en aquella época eran famosos. Una nueva circunstancia aumentaba el movimiento, y era que D. Eduardo Álvarez que tenía a su novia en Los Martínez, era Superintendente de la Cia. de Tranvías, y naturalmente mandaba ‹‹plataformas›› con asiento, ya veces con música que dirigía ‹‹Flauta de Oro››, por lo que en muchas de aquéllas poéticas noches de luna, los que iban a Los Martínez gozaban de las enchiladas del Rastrillo, la música y la luna en el camino, los sopitos, el atole y los tamales de Los Martínez. Así favorecía D. Eduardo Álvarez el negocio que se le encomendaba, a la vez que llevaba serenatas a su novia.
En una de aquellas noches de luna en que el Rastrillo estaba lleno de gente, se provocó un escándalo en una de las casas vendedoras de sopes y enchiladas, que estaba en seguida del grande edificio en el que ahora está el expendió de gasolina de Urzúa y la tienda de abarrotes de D. Salvador Cárdenas, y en el que antiguamente estaban los almacenes de D. Cristián Flor. Este comerciante de origen alemán, era muy notable en Colima, tanto por su magnífico negocio, que constituía una de las fuentes de riqueza para la ciudad como socialmente por la bondad y generosidad de su esposa, a quien todo el mundo conocía con el nombre de ‹‹La Prenda ›› porque decían que cuando era muy niña una pilmama [3] la había dejado en un comercio en prenda de la mercancía[4]comprada. Se le quedó el nombre no como apodo, sino como título cariñoso, pues fue para los pobres de Colima una especie de providencia. Cuando la sepultaron, escuchamos de labios de alguno de los que concurrían al sepelio: ‹‹Nunca un pobre salió desairado de su casa››
Frente al edificio de D. Cristián Flor, la casa de D. Encarnación Osorio, y frente a ambos, las vegas del río murmurante, sembradas de fresnos.
Decíamos, pues, que una de aquellas románticas noches dignas de los poetas, y mientras al pie de los sauces saboreaban los paseantes los sopes o las enchiladas, llevadas de las casas del frente, en una de estas se provocó un escándalo. La dueña de la fonda, sopería o enchiladuría, era una señora ya entrada en años que tenía en el labio superior unos rasgos de bigote gris, por lo que le llamaban con el mote de ‹‹La Barbona›› El escándalo se provocó entre un paisano y un cabo de la policía municipal a quien llamaban Valentín. Y el escándalo no fue cosa sencilla, pues Valentín quedó tirado en el suelo y bañado en sangre en la casa de ‹‹La Barbona››.
Correr de unos para allá, de otros para acá, la llegada de la camilla del Hospital Civil, la de la policía, el levantamiento del acta, el del cadáver, la aglomeración de gente en la casa de la tragedia, etcétera. Rompieron la diaria alegría de las noches de luna del Rastrillo. El cadáver fue llevado al hospital para su autopsia, y poco a poco la multitud se dispersó yéndose cada quien a su domicilio con la desagradable impresión de aquella escena de rencor y de sangre.
Al día siguiente comenzaron las averiguaciones policíacas para conocer detalles y poder castigar al malhechor si se lograba su captura o se confirmaba la sospecha en algunos de los capturados en los momentos de la mayor excitación. D. Carlos Meillón era el Prefecto Político y hacía las “calificaciones” diarias de los presos que le presentaban, para consignarlos a las autoridades judiciales, si el asunto no era de su competencia, y en los casos de faltas ligeras asignarles, “treinta días” de cárcel, o “treinta y vuelta” si se quería que el castigo fuera mayor.
Entre los testigos de la muerte de Valentín, indudablemente que tenía que estar “La Barbona”, puesto que en su casa había pasado el drama. Fue llamada; pero como tenía su esposo, con ella se presentó este a ver qué contestaba, tomando en cuenta que no era muy avisada en materia de lenguaje, y al esposo le agradaba un tanto la cortesía, por lo que procuraba siempre usar de las palabras que le parecían más distinguidas entre las que usaban “los catrines”, tanto más, cuando que el Jefe Político era una persona a quien todos veían con respeto a pesar de que, por su voz un tanto atiplada, le llamaban “D. Carlitos”. Este acabó de hacer su calificación de los presos, y salió al corredor de su oficina. se sentó en una banca y habló a la “Barbona” preguntándole:
―¿Cuál es su gracia de Usted?
―Vender sopes en el Rastrillo ―Contestó ella.
El esposo interrumpe la conversación dirigiéndose a su esposa y diciéndole:
―Lo que el señor te pregunta es tu nombre y tu aperlativo!
En La historia pintoresca de Colima. Ecos de la costa. (15 de septiembre de 1940, p. 14)
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